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La Emparedada de San Lorenzo

Leyendas de Sevilla | La Emparedada de San Lorenzo

Video publicado por amyfra: https://www.youtube.com/watch?v=yBxrqcC4bwA

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Hace muchos años, allá por 1868, en la calle Marqués de la Mina, cerca de la plaza San Lorenzo, vivía un maestro albañil llamado Esteban Pérez. El suceso que voy a narraros, aconteció a altas horas de la noche, un invierno frío, cuando Esteban yacía durmiendo en su cama, acompañado de su señora.
Unos golpes en la puerta, lo sacaron de un sueño profundo, y malhumorado bajó a abrir. Ante la puerta se hallaba un señor alto, vestido de negro, con capa y chistera, que de manera urgente requería de sus servicios. Prometió pagar bien, y como el maestro albañil no nadaba en la abundancia, precisamente, aceptó el trabajo.

Recogió sus herramientas y se dirigió al coche de caballo, donde al llegar, quiso el hombre vendarle los ojos.
Al principio se negó contundentemente, pero hubo algo que terminó por convencerle: un arma que se le clavaba en la espalda, al mismo tiempo que el que la empuñaba soltaba: Puede usted elegir entre el oro o el plomo.

Se dejó vendar los ojos, y tras una hora de recorrido, pararon el carruaje del cual pudo al fin salir. Sin quitarle la venda aún, entro en el zaguán de una casa, y dirigiéndole hacia una puerta, le instó a bajar unas escaleras. Se sentía humedad, así que debía ser un sótano. Y sí, pudo constatarlo cuando le quitaron la venda.

Iluminada la estancia por una vela, tardó en llegar a ver, pero cuando lo hizo, deseó estar en otro lado, otro lugar.
Atada en una silla y amordazaba, le miraba con ojos de terror una mujer, suplicándole que le ayudara. Pero sintiendo de nuevo la presión del arma en sus espaldas, escuchó de nuevo la voz que le repetía: Puede elegir entre el oro y el plomo. Tapie la alacena.


Tembloroso y aterrado, empezó a tapiar la habitación con la chica dentro, que silenciosamente, con la mirada, le imploraba que no lo hiciera.
De la misma manera que llegó, vendado, volvió a la puerta de su casa. Y el  hombre, al que nunca llegó a verle la cara porque tenía un antifaz, le amenazó con la muerte si contaba algo de aquello.
Esteban se volvió a acostar, y a pesar de las preguntas de su esposa, mantuvo en silencio todo lo ocurrido.

Hasta que no pudo más. Tras muchas vueltas en la cama, se sinceró con su esposa, y juntos fueron a la casa del Juez de guardia, que tras escucharlo pacientemente se puso en acción.


Muchas fueron las preguntas que le hicieron al maestro albañil, sacando algunas cosas en claro: Cerca de donde había tapiado Esteban la habitación, había una iglesia cuya campana tocaba los cuartos, las enteras y las media, pero siempre una campanada. Preguntaron al maestro relojero y este insistió en que no había en ningún pueblo una campana así, que tenía que ser de Sevilla. Además, siempre habían girado hacia la misma dirección, la derecha, así que había estado dando vueltas a la Ronda.


Fueron campanario por campanario, haciendo funcionar las campanas, puesto que solo tenían 4 horas para encontrar la mujer con vida. Tras muchas campanas, el albañil descubrió que no era otra que la iglesia de San Lorenzo, la que daba los cuartos de la forma que había escuchado.

No había ido muy lejos de casa. Solo habían estado dando vueltas y más vueltas, pero los nervios y el terror no le habían dejado reconocer el sonido.
De las casas que allí existían, solo dos tenían sótano, y fueron a la más cercana. La vecina les comunicó, que el dueño había salido con las maletas hacía muy poco. Así que tirando la puerta abajo, bajaron al sótano donde encontraron la tapia recién construida, y detrás de ella, aun viva, estaba la mujer desmayada.


Esta mujer, no era otra que la hija de los dueños de la Confitería La Campana, famosa en Sevilla incluso en aquel entonces. Se había casado con un rico cubano, dueño de una plantación de caña de azúcar, muy celoso, que apenas le dejaba salir a la puerta de la calle. Encontraron al marido en Cádiz, en un buque a punto de salir para La Habana. Al parecer no era rico por tener una plantación de cañas de azúcar, sino por ser verdugo en La Habana y chantajear a multitud de empresarios de aquella zona.

La mujer volvió a casa de sus padres, pasando la casa a ser Jefatura de obras públicas. Tras ser derruida, pasó a levantarse la nueva basílica de Nuestro señor del Gran poder.

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