Cristo de las Tres Caídas de Triana.
Y se pasa del silencio al alboroto,
de la pena y el dolor a la alegría,
del oscuro al color, la noche ha roto
el enigma pararelo en esta vida,
de una calle a la siguiente, son dos muncos
y aunque sigue penitente el sentimiento,
la Sevilla que yo quiero así lo entiende
y lo cambia cuando quiere en un segundo.
La Sevilla de los patios de vecinos
de la pila donde lavan los recuerdos
trapos sucios que se tiran al olvido
y lo limpio que se encala sabe a nuevo
y en el patio de vecinos, que se abrazan
nazarenos sentenciados y van muertos,
una angustia que termina en esperanza
en la eterno madrugada de los tiempos.
Tres veces ha de caerse,
¿tanto pesan nuestras almas?
En Pureza cae tres veces
y otras tres en La Campana.
Y así hasta que amanece,
se va cayendo tres veces
hasta que vuelve a Triana.
Y de todas esas veces
los costaleros lo levantan,
al verlo andar parece
que viene toda Triana
y el barrio entero lo mece.
Tres caídas que se clavan
en su corazón tres veces.
Jugaban dos alfareras
mojándose los vestíos,
riendo porque la luna
se había caído al río.
Remangándose las enaguas
para andar por el camino
de planta que había en el agua.
Fue así como creó Santa Ana
azulejos de curdecillas
para traer a Sevilla
la Esperanza de Triana.
Y aquella luna de río,
y aquel camino de plata,
se quedaron para siempre
haciendo un puente de barcas.
Nacieron las orillas
juncos de verdes aguas
que luego fueron varales
que se cubrieron de plata
a golpes de martinetes
con soniquetes de fragua.
Y de la bruma del río
se crearon los encajes
por si acaso cuando sale
la madrugada es de frío.
De balcones y ventanas
cogieron todas las flores
y dejaron a Triana
solo con dos colores,
el moreno de tu cara
y el verde esperanza de amores.
De ti nació la pureza,
la hermosura trianera,
lo dice un macareno que reza
con tu salve marinera.
Autor: Rafael Serna.